Es mentira que las familias son felices.
Todas las familias son la plataforma donde poner las patas para los seres humanos. Es el lugar -si, porque una familia es un lugar- a donde volver y refugiarse, pero es un lugar que no es elegido. ¿Será porque las elecciones humanas son fallidas y es preferible recurrir al destino que nos libra de responsabilidad?
Ahora estoy entendiendo esa necesidad de reconstruir un pasado que nunca me hizo falta. Es increíble como la sangre junto con el pasado construyen un escudo que, creemos, sirve para defendernos del futuro. Nada más pavo.
Durante 32 años las preguntas a cerca del origen de mi familia fueron inexistentes, pero ahora me resultan una urgencia inevitable. Necesito conocer ciertos misterios que formaron parte del folklore familiar y sirvieron para animar reuniones, esas cosas que saltaban cuando hasta los niños estábamos borrachos en los almuerzos de año nuevo. Una cierta paranoia de creer que eso era más que un chiste, que hay un asidero, que ya están muertos los que podían responder. Que si estuvieran vivos tampoco hubieran respondido.
Los argentinos descienden de un barco, y es verdad. Muy pronto los europeos descenderán de un avión o un container y los amercianos de un burro o una balsa. Por eso es que los lugares nunca son territorios, sino gente. Por eso es que para reconstruir la gente, necesitamos un territorio.
Las familias se mueven y se forman despacio. O de-espacio. Yo ya perdí mucho tiempo -como la mayoría- y tengo que juntar esos sitios para poder armar mi plataforma.