Embutirse con papa hervida o batata, masticar poco, tragar -rápido-.
A la altura del píloro un profundo dolor punzante, como un harikiri de papa que dura unos dos o tres minutos en los que no podemos ni pensar, ni tragar, ni respirar y nos movemos como una víbora para ver si podemos acomodar el cascote (mientras pensamos “Pero qué idiota. La próxima como más despacio. ¿Se solidifica la papa con los ácidos gástricos? Si pudiera tomar un poco de agua disuelvo la bola esta hijadeunagranputa. Bueno, bueno… ya pasa”)
Pegarle un tarascón al helado, uno grande y a boca llena y tragar -rápido-.
En el eje que une la frente con la nuca un espantoso dolor como si la cabeza nos fuera a reventar. Como si tuviéramos un puñado de petardos explotando en el medio del seso, fruncimos toda la cara y apretamos la mandibula (mientras pensamos “Mmmm, pero qué idiota. Y ahora encima me duelen los dientes. ¿Por qué duele la cabeza mierdacarajo? En la boca no se sentía tan frío. Bueno, bueno… ya pasa”)
Comer unos pickles y respirar al tragar -rápido-.
Una corriente eléctrica que va desde la campanilla y la parte de atrás del paladar hacia la punta de la nariz, como si hubiéramos tragado un puñado de alfileres. Nos lloran los ojos, echamos la cabeza para adelante y no podemos respirar, ni hablar, mientras hacemos un gesto confuso señalando nuestro vaso -que seguramente está vacío- (mientras pesamos “Pero qué idiota. Siempre me pasa lo mismo con las cosas con vinagre. Encima no puedo hablar y seguro que estoy poniéndome morado. PorelamordeDios que no me agarre hipo. ¿Cuánto aguantaré sin respirar? Bueno, bueno… ya pasa”)