Me despierto, me levanto, busco y nada. No lo encuentro… ni un pelo. Voy al baño y después de pasarme un peine, uno solo que se desliza por mi brazo, haciéndome cosquillas, pero uno solo. Un pelo.
Abro la canilla para que se vaya calentando el agua. La pruebo, abro un poco la fría, me saco el pijamas y me meto a la ducha. Hago espuma con el shampoo, la enjuago, otro lavado, enjuago de nuevo la espuma que cae por mi espalda. Acondicionador, masajeo mi cabeza, me peino con los dedos. Seis pelos. Otro enjuague y siento como el agua tibia corre por sobre mi columna, desde la nuca. Dos pelos mas, que veo nadando en la bañera.
Me enjabono las piernas (me baño de abajo hacia arriba, nadie sabe por qué), subo con el jabón hasta mi cola y ¿qué me encuentro?… ¡Qué todos los pelos que se me cayeron se escondieron traicioneramente en la raya del culo!
Y no es que tenga yo un gran culo… digamos que tengo un culito ISO 9000, como para que no me duela cuando me siento en un banco de plaza, nada más. De nena, pelado, no es un gran culo peludo de macho cabrío…no señor.
Ahora ¿alguien puede explicarme por qué en las publicidades de shampoo muestran los pelos que se quedan en las almohadas? Si por cada pelo que se queda ahí, 160 se van a parar a la raya de culo.
Y ahí, donde la espalda deja de llamarse espalda, en el arranque del culito, un ovillo como para renovarle las extensiones a Marixa Bali.
Gracias a Dios que tengo un pelo hermoso, abundante y que solo se corta de los maltratos a que lo someto con secadores. Pero tengo un pelo rebelde, con ese tipo de rebeldía que hace que se corte y se arrastre cada vez que me baño a un lugar que no mencionan en las publicidades de shampu “control caida”.