Hay una realidad innegable: las reuniones de hombres son más divertidas que las de mujeres. Sin llegar al extremo al comparar que a las de hombres van prostitutas que se desvisten y a las de mujeres van hombres depilados que se desvisten –una ofensa a la belleza, al erotismo y a la masculinidad-, en las reuniones sensiSHitas nomás hay diferencias que abonan mi teoría:
En las reuniones de hombres se habla de tetas. En las de mujeres, también.
Si entre hombres se hace una referencia a los genitales es una guarangada o un chiste; entre mujeres, se habla de hongos.
En las reuniones masculinas se habla de autos, computadoras, cine o deportes; en las femeninas de ropa o de programas de televisión.
Los hombres cuentan las cosas lindas, graciosas o curiosas que hacen sus hijos, mientras que las mujeres detallan las enfermedades, vómitos, caca o los problemas que tiene con “la chica” que los cuida.
Con unas cervezas y el teléfono de una pizzería se arma una reunión de hombres. Con Pablo Massey en pelotas cocinando y Château Lafite-Rotschild canilla libre para todas, más de una hará problema con la comida, querrá algo más sencillo o más complicado, criticará el exceso o la falta de condimento y dirá “Dejá, está todo bien, yo pico algo cuando llegue a casa”.
En las reuniones de hombres siempre hay clima de fiestas, de carnaval. En las de mujeres, el clima es de hospital psiquiátrico.
¿Alguna otra diferencia?
(Ahora no me vengan todas a poner yo-con-mis-amiguitas-la-paso-bomba-vos-porque-sos-machista-varonera-bla-bla-bla, porque yo también quiero a mis amigas y nos juntamos. Pero ese no es el punto, seamos objetivas)