Los seres humanos desarrollamos diferentes patologías psicológicas en función de la capacidad que tenemos de desarrollarlas. Aunque tengamos la firme voluntad de ser unos desquiciados, hay ciertas estructuras necesarias para que lo logremos. El famoso “no es adicto el que quiere, si no el que puede”; y eso se cumple maomeno para cualquier chifle.
En la pareja o el matrimonio, las libertades individuales son suprimidas con el objeto de exigir una contraprestación: llámense dinero, hijos, status social, casa, cosas; lo que establece que estamos a un pucho de la definición de secuestro. La capacidad de uno -o ambos- de los integrantes de la pareja de desarrollar una identificación con la persona que los priva de la libertad (libertad para la RAE: “1-Facultad natural que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos. 4-Falta de sujeción y subordinación”) al punto de acabar ayudándolo a alcanzar sus fines, es la clave de la pareja exitosa.
Acá es cuando nos metemos en el terreno de “No es cierto. Yo estoy casado/a y hago lo que me da la gana”, pero no es más que una leyenda urbana (o rural, o espacial, o de la región que más te guste). Porque si tu pareja te deja hacer “lo que se te da la gana” es que A. le importás un huevo o B. en algún momento va a cobrártela -o está cobrándotela ya-.
Yo soy una especie de códex de patologías psicológicas pero -aún con mucho esfuerzo y dedicación por años- no he logrado desarrollar esta patología tan importante para la conservación de la especie. Y, los que somos así, vamos recorriendo el mundo, fracasando una y otra vez como parejas, en tranquilidad, serenidad e imperturbabilidad en relación con el alma, la razón y los sentimientos.