Es increíble como cambia el gusto por las cosas con el paso del tiempo. Y cuando nos damos cuenta de eso, también nos damos cuenta de que nos siguen gustando las mismas cosas…
Cuando estaba en el secundario me gustaban los tipos de pelo oscuro, ojos claros y piel bien blanquita o los pelirrojones, tipo británico. Después los morochitos, el clásico pero nunca bien ponderado cabecita argentino -Argentino porque no se consigue en ninguna otra parte del mundo. Hasta ahí todos flacos.
Más luego, me gustaron corpulentos, grandotes, gigantes, gordos.
Y hoy, paso más paso menos, me conformo con que me llame por teléfono.
Al principio me gustaban lindos -el poeta, el artista, el alternativo (cuando no se usaba esa palabra pero ya se venía incubando)-, después cancheros -el tarjetero del boliche, el que se compró una moto (siempre odié las motos, pero…), el de camisa blanca planchada, el de perfume importado, el que sabía el nombre de todos los tragos-, luego el inteligente y emprendedor -el que tenía trabajo (o muuucha plata), el que quería ser profesional, el que andaba de traje, el que sabía agarrar los cubiertos, el que le gustaba el vino-. Ahora los quiero con todo eso.
Con el paso del tiempo, cuando cada vez se nos hace más difícil conseguir un perro que nos ladre, las mujeres en ese afán de complicarnos las cosas, cada vez nos ponemos más exigentes. No solamente con los hombres. Antes si lográbamos que nos dejaran ir a bailar un día de semana -porque justo ESA FIESTA era un miércoles- eramos capaces de salir con el pijama para que no lo pensaran dos veces. Hoy si no tenemos ESA REMERITA que vimos en la entrega de los Golden Globe hace un mes, somos capaces de no salir y quedarnos mirando álgún programa en el cable hasta las 5 de la mañana, fumando y con un baño de crema en la cabeza.
Compramos perfumes por el frasco -y después no nos gusta-, nos hacemos adictas al yogur con cereales y los chicles sin azúcar, usamos cremas para la celulitis -aunque ella estuvo allí siempre-, tomamos 25 litros de café por día, conocemos todas las marcas de tintura, shampoo, baños de crema, ampollas, secadores, planchitas y cepillos para el pelo -perdemos una hebilla o broche por salida, como antes rompíamos las pantys-, somos alérgicas -pero sabemos que no hay nada que una mascarilla y maquillaje no puedan ocultar- y somatizamos hasta la caída del Nikkei.
Antes teníamos un amor imposible y ahora nos dimos cuenta que todos son igual de imposibles y que para el amor hay que tomar mucha sopa.
Si alguna vez fuiste a esa fiesta de la que no querías irte ni quedarte, si conociste a esos chicos o chicas, si viajaste en avión, si creíste que el mundo era tuyo y te equivocaste, bienvenido a los sentimientos comunes.