La otra esquina

No estoy muy orgullosa de lo que hice o mejor dicho, de lo que no hice. Podría haber cruzado, chocarte casualmente, hacerme la sorprendida, saludarte… pero no.

Como la conciencia me está matando, por lo menos quiero confesarte que te vi.

Yo estaba invisibilizada con mi ropa de oficina, mi pelo suelto de oficina, maquillaje de oficina, modales de oficina, fumándome un cigarrillo en la esquina de una consultora y llegaste vos a la otra esquina con tu ropa de oficina, pelo de oficina, zapatos de oficina, modales de oficina que -en tu caso- llamaban la atención.

Te cruzaste con otro, mayor, al que miraste un poco de arriba ¿Puedo arriesgar? ¿Ex jefe? Y lo saludaste con una sonrisa de dientes chiquitos pero confiados, la mandíbula apretada, te tocaste el pelo ¿Recién cortado? ¿Te cuesta acostumbrarte? ¿O sólo fue un reflejo porque tu “amigo” es medio pelado?

Te digo que me preocupé un poco, te vi demasiado flaco, el saco un poco grande en la cintura, flojo el pantalón sostenido de más por el cinturón que te hacía unos pliegues ¿Estás comiendo bien? ¿Estás tomando mucho café y salteando comidas? Igual, por ahora, está bien… estás muy bien.

Por suerte estuvieron un rato. Se ve que tenías muchas cosas que contar. Alardear. Los humanos tienen maneras extrañas de demostrar su superioridad: vos lo agarraste del brazo, con la mano izquierda. Le agarraste el brazo flaco y apretaste un poco, como para que se de cuenta de quién manda ahora -y para que se te marquen un tus propios biceps contra la tela de ese saco que vos también te diste cuenta que te queda un poco grande-. Y aflojaste, volviste a apretar con cada nueva risa, pero no lo soltaste nunca.

¿Y los zapatos eran nuevos? ¿Hacía mucho que no los usabas? Porque te vi haciendo un gesto raro con el pie, como si te molestara la rodilla o como si tuvieras una ampolla. Usá medias de puro algodón, yo se lo que te digo. La verdad -tengo que decírtelo-, las medias que tenías eran un poco feas. Te voy a regalar un par de medias lindas, sin marca, para que pruebes.

Hacía un rato que se me había terminado el cigarrillo, saqué el celular de la cartera como para disimular, como si estuviera esperando algo o a alguien para no irme. Por suerte en un momento vi que subiste la mano que tenías en su brazo hasta el hombro del pelado. Lo empezabas a despachar, vos ya habías dicho todo lo que querías pero no te interesaba escuchar nada. Torciste el cuerpo hasta que quedaste perpendicular a la calle. El otro seguía hablando y alzó la mano como para llamarte la atención, para dar énfasis, para frenarte, pero te zafaste.

En ese momento pensé en hacerme la boluda y cruzarme a saludarte pero hiciste un gesto de reloj y me di cuenta de que se te estaba haciendo tarde para algo. No quise retrasarte ¡Imaginate! Total, no va a faltar oportunidad. Me acordé que trabajás ahí, a unas cuadras. Si andás por la calle a esas horas puedo ir otro día y volver a esperarte en mi invisibilidad.

Quedate tranquilo que si veo que es tarde o estás apurado no te voy a decir nada… por ahí podría seguirte un par de cuadras, como para justificar la guardia y mirarte un rato. Sin molestarte, claro.

Bueno, espero que nos veamos pronto. O, por lo menos, que yo te vea. No hay ninguna garantía de que vos me veas a mi. No se si, llegado el momento, yo me voy a animar a cruzar la calle, chocarte casualmente, hacerme la sorprendida y saludarte.