Yo estaba a tres cuadras de vos. Vos estabas a tres cuadras de mi. Yo lo sabía. Vos lo sabías.
La noche estaba bien, había salido con abrigo por si tenía frío pero lo tenía en la mano. En el bar tomé poco, como para darme confianza, pero no resultó. Igual decidí hacer las tres cuadras que nos separaban porque era ahora o nunca. La situación era ideal: iba a haber suficientes conocidos míos y conocidos tuyos como para que fuera casual y a esta altura, con toda la anticipación, yo calculaba que vos esperabas que lo hiciera (a pesar de que ni siquiera me preguntaste si iba).
Me fui sin decirle a nadie, por si decidía volver o me arrepentía en el camino. Hice las tres cuadras en soledad, casi contando cada paso y las baldosas, sumando los números de las patentes de los autos estacionados o mirando para arriba los balcones.
Llegué a la puerta y pasé. Siempre tengo un poco de vergüenza de llegar sin compañía a cualquier lado, pero lo hago todo el tiempo. Desde la entrada vi caras conocidas y me tranquilicé. También ubiqué unas caras que no esperaba, que no quería encontrar. A los pocos pasos una de esas caras se me acercó con una sonrisa y me abrazó y no tuve opción más que seguir con el baile. Nos unía una corta y no demasiado intensa relación sexual que no prosperó por lo poco intensa, claro.
– Vení, tomate un trago conmigo. No me podés decir que no. ¡Qué suerte que viniste!
Y fui. Y me tomé un trago. Pidió el segundo sin que me diera cuenta. Y me lo tomé. Trataba de ver si te veía, si estabas, si me veías. No empecé a joder con el celular porque me parecía una descortesía, pero me moría de ganas de ver si decías algo o si dabas alguna pista de que también estabas ahí.
A la mitad del tercer trago empecé a sentirme un poco alegre y un poco débil, no era un pedo declarado pero tampoco tenía todas las luces prendidas. Evaluaba si, al final, no podía cambiar de planes. Si no te iba a encontrar por lo menos tenía con quién irme a pasar lo que quedaba de la noche moderadamente bien. Pedí un vaso de agua para despejarme un poco. Me dieron ganas de ir al baño. Me disculpo, me alejo unos pasos de la barra.
– Dale, andá. Pero no vayas a escaparte ahora que te encontré de nuevo.
Sonrío y sigo para el pasillo.
A través de una ventana que divide los ambientes te veo. Estabas con gente, pasándola bien. Sonriendole especialmente a alguien, se notaba que ya habías decidido donde poner las fichas de esas noche. Me dio bronca, celos y un nudo en el estómago. Había un par de conocidos en común en el mismo grupo y hasta pensé en ir y saludar como si nada, pero no me dieron los nervios. Seguí caminando y llegué al baño. Saludé a un par. Salí.
Volví caminando el mismo pasillo, la misma ventana. Esta vez te tuve de frente y me viste. Diste un paso al frente, levantaste la mano para saludarme y vi que decías “Hola” aunque no se oía nada.
No hice ni un gesto. Di vuelta la cara y seguí caminando. Pasé el pasillo, la barra y llegué a la puerta. En la calle una parejita se bajaba de un taxi, le pregunté si quedaba libre y me lo tomé. El taxista me preguntó si me sentía bien porque no tenía buena cara. Como no le respondí me dijo que borrachos no llevaba y me hizo bajar. Seguí caminando hasta una plaza, me senté en un banco, me puse el abrigo y traté de pensar qué había pasado pero tenía mucho sueño.